En este texto, quiero expresarles mi
franca opinión con respecto al miedo poético. Quiero encarar ese miedo que
sentimos todos los poetas ante la labor poética y, más específicamente, ante la
composición de un poema.
El miedo es un sentimiento muy
arraigado en el ser humano. Desde la época de las cavernas venimos lidiando con
el miedo: el miedo a la imposibilidad de comprender los fenómenos de la
naturaleza, el miedo a los seres diabólicas que iba creando nuestra imaginación
colectiva, el miedo a las enfermedades; y, fundamentalmente, a la muerte. Así,
pues, la predisposición a sentir miedo se encuentra instalado en nuestros
genes. Luego, nuestros padres nos educan a través del miedo, los profesores y
los políticos perfeccionan ese carácter temeroso, estimulan las conductas
timoratas. Y, finalmente, en cuanto a la labor poética, el miedo ejerce una
poderosa influencia en la gestación de un poema, principalmente en cuanto al
miedo a equivocar el camino argumental, el miedo (el más terrible) a no lograr
un buen final; es decir, el miedo a no lograr el objetivo poético.
El miedo paralizante distorsiona el
proceso de la creación poética, disminuye la luz de las ideas, y esto lleva a
una desazón, a un sentimiento de vacío espiritual, arrojando al poeta a una
patinada inercial sobre la hoja en blanco, en un giro orbital sobre una misma
idea que no convence, que no satisface al espíritu. Se repiten los mismos
movimientos una y otra vez hasta la alienación del estro.
Hay un verso de Celia Puerta que
dice:
"adentrarse en el miedo del
verso no nacido"
La sabiduría que se desprende de esta
oración poética, a mí me resulta sumamente reveladora. Creo que resume la
hazaña que debe emprender todo poeta que se precie de honesto consigo mismo. Y
digo que el que así no lo hiciere, el que sienta miedo de adentrarse en el
miedo del verso no nacido, es porque se ha resignado a un estilo, a una
corriente, a una misma forma de poetizar, a un mismo registro. Se siente
satisfecho de haber alcanzado su relajante voz poética, que le brinda, antes
que nada, seguridad, la eliminación del miedo. Y gracias al apoyo de sus
lectores, quienes le afianzan en dicha seguridad, se echan a solazarse, poema
tras poema, en una rutinaria repetición de formas de expresión, de giros
metafóricos comunes a sus propios símbolos, con variantes aburridas, y hasta de
temas que, generalmente, giran en derredor de obsesiones existenciales, amores
frustrados, o de antihéroes sociales a lo Bukowski . Esto, si no se echan a poetizar
en el registro surrealista, donde se sienten inmunes a la crítica, porque creen
que nadie puede cuestionar lo que se ha optado por no racionalizar. En este
punto, me gustaría desconfiar de eso que se llama: “voz poética”. Creo que un
poeta debe tener, antes mejor, “voces poéticas”.
Sentir miedo es como una alarma que
tiene el ser humano para defenderse. Es bueno sentir miedo; pero, el miedo no
encarado impide a los poetas a escribir los auténticos sentimientos.
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