Fernando António Nogueira Pessoa, más
conocido como Fernando Pessoa (Lisboa, 13 de junio de 1888 - ibídem, 30 de
noviembre de 1935) fue un poeta y escritor portugués.
Tuvo una vida discreta, centrada en
el periodismo, la publicidad, el comercio y, principalmente, la literatura.
Habiendo vivido la mayor parte de su
juventud en Sudáfrica, donde estudió hasta el año 1905, la lengua inglesa tuvo
gran importancia en su vida, pues Pessoa traducía, trabajaba y pensaba en ese
idioma. De día, Pessoa se ganaba la vida como traductor. Por la noche, escribía
poesía: no escribía «su» propia poesía, sino la de diversos autores ficticios,
diferentes en estilo, modos y voz. Publicó bajo varios heterónimos —de los
cuales los más importantes son Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo
Soares y Ricardo Reis—, e incluso publicó críticas contra sus propias obras,
firmadas por sus heterónimos.
Murió por problemas hepáticos a los
47 años en la misma ciudad en que naciera
TABAQUERÍA
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mí todos los
sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones
en el mundo que nadie sabe
quién es
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?),
Dais al misterio de una calle cruzada
constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los
pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta,
desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las
piedras y los seres,
Con la muerte que mancha de humedad
las paredes y hace
blancos los cabellos de los hombres,
Con el Destino que conduce la carroza
de todo por el camino de
nada.
Estoy hoy vencido, como si supiese la
verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese
por morir,
Y no tuviese más hermandad con las
cosas
Que la de una despedida, tornándose
esta casa a este lado de la
calle
La hilera de vagones de un tren, y el
silbido de una partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un
chirriar de huesos al arrancar.
Estoy hoy perplejo, como quien pensó
y halló y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad
que debo
A la Tabaquería del otro lado de la
calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es
sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal
vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí por la ventana trasera de la
casa.
Fui al campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré yerbas y
árboles,
Y cuando había gente era igual a la
otra.
Me retiro de la ventana y me siento
en una silla. ¿En qué he de
pensar?
¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé
lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta
cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma
cosa que no puede haber
tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se piensan en
sueños genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién
sabe? ni a uno,
No habrá sino un muladar para tantas
futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay tantos
locos deschavetados con
tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza,
¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no
buhardillas del mundo
No están en esta hora
genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles
y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas y nobles y
lúcidas—,
Y quién sabe si realizables,
¿Nunca verán la luz del sol real ni
hallaran oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para
conquistarlo
Y no para quien sueña que puede
conquistarlo, aunque tenga
razón.
He soñado más que Napoleón.
He abrazado contra el pecho
hipotético más humanidades que
Cristo.
Hice filosofías en secreto que ningún
Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el
de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para
esto,
Seré siempre sólo el que tenía
cualidades;
Seré siempre el que esperó que le
abriesen la puerta al pie
de una pared sin puerta,
Y cantó la cantiga del Infinito en un
gallinero,
Y escuchó la voz de Dios en un pozo
cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la
cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me
despeina,
Y lo demás que venga si viene o que
tenga que venir, o que no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de
levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra
entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea
y lo Indefinido.
(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el
mundo que la de los
chocolates.
Mira que todas las religiones no
enseñan más que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con
la misma verdad con que tú
los comes!
Pero yo pienso y, al quitarles el
papel plateado, que es de estaño,
Arrojo todo al suelo, como tiré la
vida.)
Pero queda al menos de la amargura de
lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos dedico a mí mismo un
desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio
con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin motivo,
para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y
por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua
con vida,
O patricia romana, imposiblemente
noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima
y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho,
escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de
nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien
qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, lo que
sea, si puede inspirar ¡qué
inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que
invocan espíritus me invoco
Me invoco a mí mismo y nada
encuentro.
Me acerco a la ventana y veo la calle
con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo
los coches que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se
cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena
al destierro,
Y todo esto es extranjero, como
todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no
envidie sólo por no ser yo.
En cada uno miro los andrajos y las
llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido
ni estudiado ni amado ni
creído
(Porque es posible hacer la realidad
de todo eso sin hacer
nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como
un lagarto a quien cortan
la cola
Y que es cola más acá del lagarto que
se retuerce.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me tomaron enseguida por quien no
era, y no lo desmentí, y me
perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arrojé y me vi en el
espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, y no sabía vestir el
disfraz que no me había
quitado.
Arrojé la mascara y dormí en el
vestidor
Como un perro tolerado por la
gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para
probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos
inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosas
que yo hice,
Y no quedarme siempre enfrente de la
Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar
existiendo,
Como un tapete con el que tropieza un
borracho
O la esterilla que los gitanos roban
y no vale nada.
Pero el Dueño de la Tabaquería se
asomó a la puerta y se quedó
en ella.
Lo miro con la incomodidad de la
cabeza torcida
Y con la incomodidad de una alma que
mal entiende.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré
versos.
Y un día morirá el letrero y también
mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo
el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos
los versos.
Morirá después el planeta girante en
que todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas
cualquier cosa como nosotros
Continuará haciendo cosas como versos
y viviendo debajo de las
cosas como letreros,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la
otra.
Siempre lo imposible tan estúpido
como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan
cierto como el sueño del
misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una
ni la otra cosa.
Pero un hombre entró en la Tabaquería
(¿a comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de
repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico,
convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos
versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en
escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación
de todos los pensamientos.
Sigo el humo como mi camino,
Y gozo, en un momento sensitivo y
adecuado,
La liberación de todas las
especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica
es la consecuencia de una
indisposición.
Después me reclino en la silla
Y sigo fumando.
Seguiré fumando hasta que el Destino
me lo permita.
(Si me casase con la hija de mi
lavandera
Tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla.
Me acerco a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería
(¿guarda el cambio en el bolsillo
del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin
metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la
puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves
se volvió y me vio.
Hizo una señal de adiós, le grité
¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni
esperanza, y el Dueño de la
Tabaquería sonrió.
Versión original
Tabacaria
Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os
sonhos do mundo.
Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do
mundo que ninguém sabe quem é
(E se soubessem quem é, o que
saberiam?),
Dais para o mistério de uma rua
cruzada constantemente por gente,
Para uma rua inacessível a todos os
pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa,
desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo
das pedras e dos seres,
Com a morte a por umidade nas paredes
e cabelos brancos nos homens,
Com o Destino a conduzir a carroça de
tudo pela estrada de nada.
Estou hoje vencido, como se soubesse
a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse
para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as
coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta
casa e este lado da rua
A fileira de carruagens de um
comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um
ranger de ossos na ida.
Estou hoje perplexo, como quem pensou
e achou e esqueceu.
Estou hoje dividido entre a lealdade
que devo
À Tabacaria do outro lado da rua,
como coisa real por fora,
E à sensação de que tudo é sonho,
como coisa real por dentro.
Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez
tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
Desci dela pela janela das traseiras
da casa.
Fui até ao campo com grandes
propósitos.
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
E quando havia gente era igual à
outra.
Saio da janela, sento-me numa
cadeira. Em que hei de pensar?
Que sei eu do que serei, eu que não
sei o que sou?
Ser o que penso? Mas penso tanta
coisa!
E há tantos que pensam ser a mesma
coisa que não pode haver tantos!
Gênio? Neste momento
Cem mil cérebros se concebem em sonho
gênios como eu,
E a história não marcará, quem sabe?,
nem um,
Nem haverá senão estrume de tantas
conquistas futuras.
Não, não creio em mim.
Em todos os manicômios há doidos
malucos com tantas certezas!
Eu, que não tenho nenhuma certeza,
sou mais certo ou menos certo?
Não, nem em mim...
Em quantas mansardas e não-mansardas
do mundo
Não estão nesta hora
gênios-para-si-mesmos sonhando?
Quantas aspirações altas e nobres e
lúcidas -
Sim, verdadeiramente altas e nobres e
lúcidas -,
E quem sabe se realizáveis,
Nunca verão a luz do sol real nem
acharão ouvidos de gente?
O mundo é para quem nasce para o
conquistar
E não para quem sonha que pode
conquistá-lo, ainda que tenha razão.
Tenho sonhado mais que o que Napoleão
fez.
Tenho apertado ao peito hipotético
mais humanidades do que Cristo,
Tenho feito filosofias em segredo que
nenhum Kant escreveu.
Mas sou, e talvez serei sempre, o da
mansarda,
Ainda que não more nela;
Serei sempre o que não nasceu para
isso;
Serei sempre só o que tinha
qualidades;
Serei sempre o que esperou que lhe
abrissem a porta ao pé de uma parede sem porta,
E cantou a cantiga do Infinito numa
capoeira,
E ouviu a voz de Deus num poço
tapado.
Crer
em mim? Não, nem em nada.
Derrame-me a Natureza sobre a cabeça
ardente
O seu sol, a sua chava, o vento que
me acha o cabelo,
E o resto que venha se vier, ou tiver
que vir, ou não venha.
Escravos cardíacos das estrelas,
Conquistamos todo o mundo antes de
nos levantar da cama;
Mas acordamos e ele é opaco,
Levantamo-nos e ele é alheio,
Saímos de casa e ele é a terra
inteira,
Mais o sistema solar e a Via Láctea e
o Indefinido.
(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no
mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não
ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a
mesma verdade com que comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de
prata, que é de folha de estanho,
Deito tudo para o chão, como tenho
deitado a vida.)
Mas ao menos fica da amargura do que
nunca serei
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
Mas ao menos consagro a mim mesmo um
desprezo sem lágrimas,
Nobre ao menos no gesto largo com que
atiro
A roupa suja que sou, em rol, pra o
decurso das coisas,
E fico em casa sem camisa.
(Tu que consolas, que não existes e
por isso consolas,
Ou deusa grega, concebida como
estátua que fosse viva,
Ou patrícia romana, impossivelmente
nobre e nefasta,
Ou princesa de trovadores,
gentilíssima e colorida,
Ou marquesa do século dezoito,
decotada e longínqua,
Ou cocote célebre do tempo dos nossos
pais,
Ou não sei quê moderno - não concebo
bem o quê -
Tudo isso, seja o que for, que sejas,
se pode inspirar que inspire!
Meu coração é um balde despejado.
Como os que invocam espíritos invocam
espíritos invoco
A mim mesmo e não encontro nada.
Chego à janela e vejo a rua com uma
nitidez absoluta.
Vejo as lojas, vejo os passeios, vejo
os carros que passam,
Vejo os entes vivos vestidos que se
cruzam,
Vejo os cães que também existem,
E tudo isto me pesa como uma
condenação ao degredo,
E tudo isto é estrangeiro, como
tudo.)
Vivi, estudei, amei e até cri,
E hoje não há mendigo que eu não
inveje só por não ser eu.
Olho a cada um os andrajos e as
chagas e a mentira,
E penso: talvez nunca vivesses nem
estudasses nem amasses nem cresses
(Porque é possível fazer a realidade
de tudo isso sem fazer nada disso);
Talvez tenhas existido apenas, como
um lagarto a quem cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto
remexidamente
Fiz de mim o que não soube
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e
não desmenti, e perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o
dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no
vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para
provar que sou sublime.
Essência musical dos meus versos
inúteis,
Quem me dera encontrar-me como coisa
que eu fizesse,
E não ficasse sempre defronte da
Tabacaria de defronte,
Calcando aos pés a consciência de
estar existindo,
Como um tapete em que um bêbado
tropeça
Ou um capacho que os ciganos roubaram
e não valia nada.
Mas o Dono da Tabacaria chegou à
porta e ficou à porta.
Olho-o com o deconforto da cabeça mal
voltada
E com o desconforto da alma
mal-entendendo.
Ele morrerá e eu morrerei.
Ele deixará a tabuleta, eu deixarei
os versos.
A certa altura morrerá a tabuleta
também, os versos também.
Depois de certa altura morrerá a rua
onde esteve a tabuleta,
E a língua em que foram escritos os
versos.
Morrerá depois o planeta girante em
que tudo isto se deu.
Em outros satélites de outros
sistemas qualquer coisa como gente
Continuará fazendo coisas como versos
e vivendo por baixo de coisas como tabuletas,
Sempre uma coisa defronte da outra,
Sempre uma coisa tão inútil como a
outra,
Sempre o impossível tão estúpido como
o real,
Sempre o mistério do fundo tão certo
como o sono de mistério da superfície,
Sempre isto ou sempre outra coisa ou
nem uma coisa nem outra.
Mas um homem entrou na Tabacaria
(para comprar tabaco?)
E a realidade plausível cai de
repente em cima de mim.
Semiergo-me enérgico, convencido,
humano,
E vou tencionar escrever estes versos
em que digo o contrário.
Acendo um cigarro ao pensar em
escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de
todos os pensamentos.
Sigo o fumo como uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e
competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é
uma consequência de estar mal disposto.
Depois deito-me para trás na cadeira
E continuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder,
continuarei fumando.
(Se eu casasse com a filha da minha
lavadeira
Talvez fosse feliz.)
Visto isto, levanto-me da cadeira.
Vou à janela.
O homem saiu da Tabacaria (metendo
troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o; é o Esteves sem
metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves
voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó
Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem
esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.
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