Podríamos teorizar sobre la
aprehensión de un poema, en el sentido de analizar la respuesta intelectual y
emocional del lector ante su lectura. El modo de aprehensión de un poema no
puede ser generalizado, así como no puede aceptar únicamente la voluntad interpretativa
del autor.
El mensaje del autor de un poema no
es siempre aceptado por el lector según la perspectiva de aquel, porque cada
lector interpreta los símbolos del poema basado en su riqueza cultural, en su
profundidad intelectual y en la experiencia de su propia vida. Por esta razón,
la trasmisión de un mensaje que conlleva un poema, puede variar
significativamente de la comprensión emotiva que le dé el lector.
Teniendo en cuenta este fenómeno que
se da entre autor y lector, es importante que esa variación de interpretación
no sea arbitraria; es decir, que el lector no cree o invente otro poema. Y,
para que esto no suceda, el poeta no debería escribir poesía que plantee
adivinanzas o jeroglíficos, so pena de quedar aislado en su propio mundo. La poesía
no debería ser un juego de acertijos, donde los símbolos personales del poeta
lleven el texto creado a un hermetismo insuperable o, en todo caso, a la
necesidad de que el mismo poeta creador nos facilite la llave para acceder al
mundo polisémico de su poema. Advertirá el lector que hablo de “mundo
polisémico”. Con esto quiero significar que no se exige al poeta un mensaje
llano, explícito, racional. No, de ninguna manera. Lo que se pide es que el
poema no sea una tumba cerrada a las posibilidades de aprehensión. En este
punto, podría objetarse que el problema de aprehensión depende mucho del grado
de agudeza mental poética que tenga el lector, y de que existen poemas que son
aparentemente impenetrables, pero que, en el fondo, sólo necesitan ser estudiados,
analizados, diseccionados, para acceder a sus mensajes. Reconozco que estos
poemas existen (Mallarmé, Valente, Celam, etc), cuyos poemas son, poco a poco,
rescatados, por los analistas, del hermetismo simbólico e intelectual. No me
refiero a este tipo de poemas, sino a los que son encriptados de adrede, como
método de composición, sin dejar pistas que pudieran llevar a acceder a sus
mensajes. Una cosa es el hermetismo nacido de una mente profunda, y otra el que
nace de una mente que pretende ser profunda.
Sabemos que el lenguaje funciona de
una manera especial cuando encara una creación poética. En el habla común, el
lenguaje queda sometido a la realidad; esto quiere decir que el lenguaje trata
de recrear la realidad según el significado que la convención social ha
asignado a las palabras. El proceso es denotativo. Sin embargo, el lenguaje
poético es especializado, es connotativo, lo cual significa que el poeta,
utilizando palabras, cláusulas semánticas que, muchas veces, no tienen relación
unas con otras, crea una realidad nueva, que es muy distinta de la realidad que
avizora el hombre de habla común. En este punto no está demás señalar que en el
habla común se puede dar, en algunos casos, una cierta irrupción en el campo
connotativo que puede provocar la emoción poética; mientras que, por otro lado,
en el lenguaje utilizado en un poema se puede caer en el campo denotativo.
connotar.
(De con- y notar).
1. tr.
Ling. Dicho de una palabra: Conllevar, además de su significado propio o
específico, otro de tipo expresivo o apelativo.
denotar.
Del lat. denotāre.
1. tr. Indicar, anunciar, significar.
2. tr. Ling. Dicho de una palabra o
de una expresión: Significar objetivamente. Se opone a connotar.
Aquí yo señalaría que ese lenguaje
connotativo no significa que el poeta deba esconder de adrede del lector la
nueva realidad creada. Yo diría que poemas de estas características son poemas
fallidos; y, entre estos, incluyo a los poemas surrealistas ortodoxos (el
automatismo psíquico puro que elude absolutamente a la razón), porque la
característica comunicacional exigida a todo poema queda anulada, destruida. Se
podrá aludir que los mensajes de los poemas herméticos y surrealistas son,
precisamente, la negación y la carencia de mensaje, y que el lector tiene la
opción de disfrutar de las incomprensibles pero curiosas voces que llegan del
abismo interior del poeta; pero, sinceramente, esto me resulta ya un sofisma
poético.
Un poema, cuyo carácter es
esencialmente comunicativo, necesita que existan, como condición sine qua non,
cuatro particularidades:1.- Objeto o Realidad. 2.- Poeta. 3.-Poema. 4.- Lector.
El proceso se vuelve obvio cuando el mensaje carece de connotación (se vuelve
denotativo); es decir, se remite a la descripción de un hecho corriente: “Luís pasea
con María por el parque”. La cosa se complica cuando el mensaje es susceptible
de ser interpretado por el receptor en una clave distinta a la del emisor:
“Luís pasea con María por los sueños del futuro”.
El lenguaje poético, en su
generalidad, pertenece al grupo del lenguaje connotativo. Es evidente también
que tanto el poeta como el lector poseen miradas y percepciones distintas de la
realidad, sus respuestas mentales nacen de conclusiones existenciales
distintas. No resulta extraño, entonces, que un mismo mensaje tenga tantas
derivaciones como lectores.
Ya no dudamos, entonces, de que la
poesía posee un lenguaje connotativo; es decir, que lo expresado por el poeta
puede llegar al lector con significados transformados, y que pueden no ser los
mismos que los del autor. Pero, creo que dichas connotaciones conllevan, a su
vez, ciertos lazos sutiles que no deben permitir al lector caer en
interpretaciones arbitrarias del poema. El mensaje del poema, estando
enriquecido por un abanico de sugerencias (polisemia), tendría que estar
limitado, sin embargo, por un código de la aprehensión; es decir, no llevar al
lector a intentar, con “palos de ciego”, encontrar una interpretación
caprichosa (o íntimamente unipersonal), forzando su intelecto y su imaginación,
de dicho mensaje (tal como sucede en encontrar formas lógicas en las manchas de
las paredes o en los matices de sombras que proyectan las nubes). Debería estar
regida por una ley tácita de probabilidades receptivas. Cuando la
interpretación se dispara hacia ángulos absolutamente arbitrarios es cuando el
poema, digo yo, ha sido desnaturalizado en la mente del lector, y pierde su
característica primordial, cual es el de la comunicación. Quiero creer que la
poesía es trasmisión de impresiones, de emociones, además de sugerencias de
cosmovisiones que, tal vez, el poeta sólo lo intuyó; pero que, en la mente
lectora, adquiere la naturaleza de realidad creada. Pero, lo cierto es que, no
debería, yo, lector, estar inventándome (o adivinando) mensajes del contenido
de un poema. Ese enfoque diferente que el lector ha percibido, no puede chocar
diametralmente con la visión creada por el poeta.
Estoy también de acuerdo sobre esa
convicción de que la poesía debería ser un viaje, una aventura, una búsqueda de
uno mismo; pero, no deberíamos olvidar nunca que todo lo que se escribe está
dirigido a un lector (sin el cual, la obra poética no existe). ¿Qué significa
esto? Que la poesía es comunicación pura. Y esto, a su vez, ¿qué significa? Que
el mensaje poético engendrado en la mente del poeta creador busca un lector que
asimile ese mensaje, que lo amplíe, que lo enriquezca, que le aporte su propio
“mapa mental”; pero que, de ninguna manera, se dispare hacia otro mensaje
distinto, contrapuesto, nacido de un proceso adivinatorio.
Trascribo la definición del Drae, con
las acepciones que interesan en este texto:
adivinar.
(Del lat. addivināre).
2. tr. Descubrir por conjeturas algo
oculto o ignorado.
3. tr. Acertar lo que quiere decir un
enigma.
4. tr. Acertar algo por azar.
Quisiera agregar, a modo de anécdota,
que este problema, suscitado por la poesía críptica (tan en boga en nuestros
tiempos), ejerce sobre mí una enorme desazón y duda poéticas, que hasta hoy no
he podido desentrañar. Incluso, soy más inclinado a aceptar y comprender la
naturaleza de un poema surrealista o creacionista (ya que carecen de trampas
compositivas), antes que la de un poema hermético o críptico, cuya cripta es
creada por el poeta creador, y cuyas llaves se las guarda, impidiendo toda
posibilidad de comunicación. Todo campo de la actividad humana posee sus
propios límites; así, pues, rechazamos que la poesía sea un arte infinitamente
libre. Y, teniendo en cuenta que en este trabajo sólo hemos encarado la
relación autor-lector, considerando el tema desde un punto estrictamente
semántico, yo creo que este principio aquí defendido, debe aplicarse también a
la forma poética (pero este es ya un tema para otro trabajo).
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