Este poema es un ejemplo
de aquella soledad terrible que acometía al poeta, que se acentúa por el deseo
ferviente de ser padre.
Hombre solo, delante del
mar inútil,
esperando la noche,
esperando la mañana.
Los chicos juegan, pero
este hombre querría
tener él un chico y
mirarlo jugar.
Grandes nubes forman un
edificio sobre el agua,
que cada día se desploma
y resurge, y colorea
la cara de los chicos.
Estará siempre el mar.
La mañana hiere. Sobre
esta húmeda playa
se desliza el sol y se
aferra a las redes y las piedras.
Sale el hombre por el
turbio sol y camina
a lo largo del mar. No
mira la húmeda espuma
que corre por la orilla y
no tiene nunca paz.
A esta hora, los chicos
dormitan todavía
en la tibieza de la cama.
A esta hora, dormita
dentro de la cama una
mujer, que haría el amor
si no estuviese sola.
Lento, el hombre se queda
desnudo, como la mujer
lejana, y desciende al mar.
Después, de noche, cuando
el mar se desvanece, se oye
el gran vacío debajo de
las estrellas. Los chicos
en las casas enrojecidas
se van cayendo de sueño
y alguno llora. El
hombre, cansado de esperar,
levanta los ojos a las
estrellas, que no oyen nada.
Hay mujeres, a esta hora,
que desvisten a un chico
y lo hacen dormir. Hay
alguna en una cama,
abrazada a un hombre. Por
la negra ventana,
entra un jadeo ronco, y
nadie lo escucha
sino el hombre, que
conoce todo el tedio del mar.
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